CDMX, 25 de Agosto de 2024.- El último encontronazo entre Estados Unidos y México ha tenido un protagonista inesperado. Ken Salazar, la cara amable y sonriente de la diplomacia estadounidense, dejó atrás el tono conciliador y cauteloso que ha caracterizado su relación con Andrés Manuel López Obrador e hizo evidente la incomodidad de Washington frente al proyecto de reforma del presidente mexicano al Poder Judicial, el asunto que acapara todas las miradas en la próxima legislatura del Congreso, que arranca el próximo 1 de septiembre. Salazar lanzó tres dardos contra la elección de jueces, magistrados y ministros de la Suprema Corte por voto directo: dijo que era “un riesgo para la democracia”, una “amenaza” a la relación comercial entre ambos países y una puerta de entrada a que el narco influya en el sistema legal.
“La elección directa y política de jueces, en mi punto de vista, no resolverá dicha corrupción judicial ni tampoco fortalecerá al Poder Judicial”, afirmó Salazar, vestido con su habitual sombrero vaquero, un accesorio que usa desde que creció en un rancho de Colorado por costumbre y como protección del sol, según él mismo. Pero no fue el ambiente distendido de otras ruedas de prensa en la residencia oficial. En punto de la una de la tarde, el embajador bajó por la escalinata, se quitó el cubrebocas y se plantó frente a los micrófonos con un talante muchos más serio que en otras ocasiones. El personal de la Embajada de Estados Unidos adelantó que el único tema a tratar era la reforma judicial y transmitió el mensaje en directo por redes sociales, otros puntos diferentes de una conferencia inusual. Casi nadie, sin embargo, anticipaba un posicionamiento tan contundente.
Hace apenas una semana, Salazar había rescatado varios puntos positivos de la reforma, como fijar plazos para desahogar asuntos en los tribunales, reducir el número de ministros en la Suprema Corte y fortalecer el cuerpo disciplinario del Poder Judicial. En esa conferencia, el embajador ya había deslizado que no estaba convencido de la elección por voto directo con requisitos mínimos para contender al cargo, al asegurar que ”cuando los jueces salen a hacer campaña, levantar dinero y ser políticos” no es un “buen modelo”. Ya había hablado también de que se necesitaba una judicatura “fuerte e independiente” y de que los inversores necesitaban “confianza”. Pero el tono fue completamente distinto. “Nosotros no estamos en posición de decirle al Gobierno de México, a la gente, al Congreso, a los senadores, a la Cámara de Diputados, qué deben hacer”, declaró el 16 de agosto. Los argumentos, sin embargo, pasaron desapercibidos o no tuvieron el mismo impacto, por decir lo menos.
Hace tres meses, cuando el aplastante triunfo de Morena en las elecciones de junio pasado puso nerviosos a los mercados, Salazar salió a dar un mensaje para tranquilizar los ánimos y moderar las señales de preocupación que llegaban desde Estados Unidos. “Es decisión de México”, insistió. Apenas un día antes, Brian Nichols, subsecretario para el Hemisferio Occidental del Departamento de Estado, había exhortado a la presidenta electa, Claudia Sheinbaum, a dar garantías legales a los inversores extranjeros. Como ha sido el tenor de los tres años que ha sido embajador, el Departamento de Estado era la mano dura y Salazar era la cara amable, aunque trabajara para el Departamento de Estado. El Departamento criticaba la situación de Derechos Humanos en el Gobierno de López Obrador, el trato a la prensa y los ataques a la Suprema Corte. El embajador posaba sonriente con altos funcionarios y gobernadores, se ponía el uniforme de beisbolista y visitaba las pirámides de Teotihuacan.
López Obrador hacía esa misma distinción. “Es mi amigo, un hombre bueno, sensato, amigo del presidente Biden, un político muy responsable”, declaró sobre Salazar en julio de 2022. En palabras del presidente, el “departamentito de Estado” era, en cambio, “injerencista” y hacía “bodrios” como el informe anual de Derechos Humanos. No era un secreto que el presidente y el embajador, apenas tres meses menor, se entienden bien. Quienes lo han tratado de cerca reconocen el carácter bonachón, el desparpajo vaquero y el entendimiento del diplomático de la importancia del carisma como instrumento político. “La relación es extraordinaria”, dijo el mandatario en repetidas ocasiones. Este viernes, después de que México envió un extrañamiento diplomático por los comentarios, esa línea divisoria se borró. “No es Ken, Ken es el vocero, es el Departamento de Estado”, dijo López Obrador al tildar a su “amigo” de “prepotente” e “imprudente”.
Salazar llegó a México en septiembre de 2021 con la encomienda de reparar los puentes que se habían caído durante el Gobierno de Donald Trump. Tras cuatro años de embestidas y amenazas del republicano, para el Gobierno de López Obrador era crucial trasmitir la idea a Washington de que querían un trato de iguales y no de subordinados. El embajador lo convirtió en un punto presente en todos sus pronunciamientos, incluso en el que intentó cerrar las heridas: “Hemos creado una relación sin precedentes como socios e iguales”. Ese ha sido el discurso en esfuerzos conjuntos como el Entendimiento Bicentenario, la Cumbre de Líderes de América del Norte o después de cada extradición de un capo.
El carisma no fue el único cambio respecto de su predecesor, Christopher Landau. Salazar ha tenido un papel mucho más protagónico y se dio cuenta rápidamente de que tener una relación directa con López Obrador era capital para mantener el diálogo entre ambos países y amortiguar las turbulencias recurrentes en la relación bilateral. “Entendió que aquí la política se hace en Palacio Nacional y que si había que resolver algo con México era directo con el presidente”, comentaba el analista Leonardo Curzio sobre Salazar en una entrevista en mayo. La última visita del embajador al presidente que saltó a los medios de comunicación fue en julio.
Pese a las presiones y críticas de los republicanos, Salazar también comprendió que muchos de los exabruptos de López Obrador ―contra la DEA, el Departamento de Estado o la política intervencionista de Estados Unidos― eran tolerables y de consumo interno, y que no comprometían la cooperación del país en dos temas clave para Joe Biden: la crisis migratoria y el combate al narcotráfico. Incluso tras la polémica por la detención de Ismael El Mayo Zambada y las señales de que el Gobierno mexicano estaba perdiendo la paciencia ante la falta de información y por no ser avisado sobre el arresto, el embajador subrayó que representaba un triunfo para ambos países. “Continuaremos colaborando con respeto a nuestras soberanías”, señaló al dar la versión de Washington sobre la captura, una frase que repitió dos veces en el comunicado oficial.
La migración y la guerra contra las drogas pasan ineludiblemente por México y están en el centro de la campaña en Estados Unidos, que elegirá a un nuevo presidente en noviembre próximo. La Administración de Biden se apuntó dos tantos con la captura de El Mayo, un golpe mayúsculo pero simbólico contra el narco, y la reducción de los flujos migratorios a niveles que no se habían visto desde septiembre de 2020. Pero la contienda electoral lo sigue dominando todo.
Salazar, que fue secretario de Seguridad Interior de Barack Obama y senador por Colorado, entiende también ese punto. Sabe también que López Obrador está a un mes de cumplir su mandato y que se aproxima la llegada al poder de Sheinbaum. Tiene claro que, como cualquier embajador, su trabajo es defender los intereses de su Gobierno y así lo ha hecho: empujó el aumento de las extradiciones, alzó la voz ante los picos de la narcoviolencia e hizo públicas sus preocupaciones sobre la reforma eléctrica de López Obrador, por citar un ejemplo notorio. Todos esos elementos hacen difícil de creer que sus declaraciones hayan sido un acto de improvisación y reflejan que el embajador siempre se ha sentido cómodo en sus propias ambivalencias: sabe ser el policía bueno y el malo, cuándo acercarse o distanciarse del presidente, cuándo hablar de la virgen de Guadalupe y cuándo agitar el terreno político.
Pese a que su mano izquierda con López Obrador ha acaparado las miradas durante su paso por la embajada, Salazar es un político curtido y de todas las confianzas del presidente Biden, su jefe y excompañero en el Senado y en el Gabinete de Obama. Por eso, las declaraciones van más allá de una polémica semanal. Son un aviso de que Estados Unidos, el principal socio comercial de México, tiene preocupaciones serias sobre la reforma judicial y anticipa “turbulencias” en la integración económica de ambos países. Son una señal, además, de que las preocupaciones son tan grandes que valía la pena ponerlas sobre la mesa públicamente, pese al evidente descontento de López Obrador, que estaba pronosticado. Pese a las asimetrías de la relación, ningún presidente mexicano puede ceder explícitamente a las presiones de Washington sobre la política interna.
A partir de que se pusieron las cartas sobre la mesa, lo que sigue es diplomacia. La incógnita de fondo es sobre la salud de los canales de diálogo entre ambos países, por los que Salazar siempre abogó y que López Obrador siempre presumió. “Últimamente, ha habido actos de falta de respeto a nuestra soberanía, como esta declaración desafortunada y prepotente”, dijo el presidente mexicano. “[La declaración] no refleja el grado de respeto mutuo que caracteriza las relaciones entre ambos países”, señaló la Secretaría de Relaciones Exteriores en su nota de protesta. “Tengo la mayor disposición de dialogar”, insistió el embajador estadounidense tras el último cruce de declaraciones. Cada afirmación da una versión diferente del estado de la relación bilateral en las últimas semanas. Está por verse si los choques recientes por la captura de El Mayo o la reforma judicial tendrán un impacto duradero o si quedaran como un pleito entre “amigos”.
Con información El País.
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