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Chispitas de Lenguaje con Enrique R. Soriano

Rostro y corazón

Esos fueron los vocablos que movieron a todo un pueblo. Las palabras en náhuatl in ixtli in yólotl definieron el rumbo del pueblo mexica. Cuando dejaron Aztlán salieron al desierto a buscar esos conceptos. Estas voces se traducen como rostro y corazón, es decir, que abandonaron el paraíso, un lugar donde tenían todo lo necesario para vivir, según las crónicas, para ir tras algo más importante: el encuentro consigo mismos.

El lenguaje define el razonamiento. La reflexión solo puede hacerse mediante palabras pues en nuestra mente no solo representan elementos físicos, también forman conceptos. Es decir, se les dota de contenido más allá de la referencia material. Usarlas conceptualmente, facilita comprender y entender mejor el entorno.

Los antiguos mexicanos en Aztlán se reconocieron a sí mismos como un pueblo sin rostro. Es decir, al reflexionar mediante estas palabras descubrieron que no eran alguien. Al identificar que nadie los conocía o nadie los reconocía, comprendieron que no tenían una personalidad.

De forma más profunda, puede señalarse que se reconocieron pobres culturalmente, nada los distinguía de otras naciones indígenas. Entonces, se hizo necesario buscar una personalidad, esto es, desarrollar una cultura, algo que
los hiciera característicos, singulares. Esto es un hecho insólito porque refleja una conciencia sobre sí mismo, algo muy difícil de lograr, incluso en la actualidad con todos los medios culturales y científicos de que disponemos.

Pero buscar algo sin pasión, sin fuerza, sin empuje es destinar todo esfuerzo al fracaso. He ahí la importancia de la segunda parte del concepto. La palabra náhuatl yólotl significa corazón.

Pero tiene por raíz el vocablo vivir. Es decir, que los antiguos mexicanos identificaban perfectamente al corazón como el órgano supremo de la vida. Por ello, no es extraño conceptualmente que lo hayan identificado como la fuerza más profunda del ser humano.

Todas las culturas en el mundo lo reconocen así. En combate, las heridas en cualquier otra parte del cuerpo –por supuesto, si no se pierde mucha sangre– pueden sanar. Sin embargo, un corazón lastimado es sinónimo de perder la vida, incluso de forma emocional, no física.

Por ello, el corazón tiene el concepto en la mayoría de las lenguas de mundo, no solo el órgano cardiaco, sino de la esencia de la vida, lo más importante y profundo del ser humano. He ahí la razón por la que los mexicas lo ofrendaban a los dioses.

En el corazón, para la cultura mexicana, habitaba la experiencia, lo mejor de los seres humanos. Cuando alguien aplica todo su empeño en algo, siente cómo el corazón palpita con mayor velocidad. Incluso, ello ofrece una sensación de mayor de bienestar.

Hoy sabemos que se debe a que el corazón facilita, a través del sistema circulatorio, la distribución de hormonas
como la dopamina que imprime fuerza y satisfacción a todo el cuerpo. Sin embargo, es el corazón el órgano que se idéntica como el responsable, sin saber que las glándulas también
son responsables de ello.

Retomar esos conceptos debería ser prioritario en todo momento para cada mexicano.

Reconocernos en nuestra cultura, cuidar cada particularidad, que también nos define, y hacer a un lado el egoísmo de suponer que solo una de ellas es la relevante, nos haría una nación.

Somos una nación con muchos rostros. Cada uno de ellos debía ser reconocido. No nos define una solo, sino todos en conjunto.

Encontrar un nuevo rostro para la mezcla de sangres que ahora nos caracteriza, donde perviven incluso la europea y la africana, y en ello empeñar nuestro corazón, nos hará resurgir como nación y darle sentido al nombre México.

Salgamos tras in ixtli in yólotl.

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